Tiempo de gatos azules

Tiempo de gatos que brotaban como hongos después de la lluvia. Así miraba desde cerca mientras el mundo seguía palpitando. Nunca me propuse publicar un libro en aquella época, aunque tomaba notas como una forma de conversar conmigo mismo. Treinta y pico años después sentí que esas memorias reclamaban un techo en algún escaparate.  Y no es que yo asevere que todo pasado fue mejor, simplemente desempolvar mis escritos para entender los entretelones de la década ochentera. Claro que esos apuntes no podían salir tan pálidos como los guardé, y me di modos por darles una sazón que le quitara el tufo a guardado. Así fue como salvé al gato Herodes de las manos de una carpintera malvada —que convertía en azul todo lo que encontraba a su paso— para darle protagonismo en una trama de arrebatos. Era la dinámica entre la fantasía de San Quintín y las vivencias de una ciudad salpicada de intensiones.